CONTRABANDO: ESTAFA, VIVEZA Y TRADICIÓN

Anfibia, Revista Digital de la UNSAM


El grueso del tráfico ilícito que llega a Buenos Aires no proviene del contrabando hormiga fronterizo, sino que es transportado en grandes contenedores que parten desde China y salen del puerto fraguando documentos y pagando miles de dólares en coimas. En los círculos empresarios repiten una anécdota que ya es leyenda: en 2011, para chequear si los controles aduaneros fallaban, la Presidenta le pidió a un funcionario que haciéndose pasar por importador tratara de sacar un container contrabandeado del puerto y lo llevara a su casa. En dos meses lo tenía frente a la puerta. Alejandro Rebossio siguió la pista del contrabando para narrar un complejo entramado de ilegalidades y zonas grises que nació en la época del Virreinato y hoy crece y muta según los vaivenes del dólar blue y las barreras a las importaciones.
Por: Alejandro Rebossio 
Ilustraciones: Florencia Gutman

J.C. estaciona el 504 en la zona de Congreso, en un bazar donde le dijeron que podía hacer negocios.
-¿Querés la mercadería? Está barata y es buena. Y se vende fácil –le dice J.C. al responsable del bazar.
-Eh… bueno, mostrámela.
-No te la puedo bajar, papá. Vení al auto y te la muestro.
El comerciante duda. Mira a un costado y a otro; no hay ningún cliente. Se decide y sale del local. J.C. abre el baúl. Corta la cinta de una de las cinco cajas. Toma un termo de acero que tiene pegada una etiqueta verde, roja y azul con letras chinas.
-¿Te bajo una caja?
-Dejame el teléfono y te aviso –titubea el comerciante.
-No, no, tenés que decidir ya.
El hombre del bazar compra.
J.C., cuarenta y tantos años, poco pelo, estaba desempleado hasta que se metió a trabajar con distribuidores mayoristas de productos de bazar. Le va bien. Lo que J.C. ofrece son productos que entraron a la Argentina de contrabando.
El ingreso ilegal de mercaderías legales, es decir, todo lo que no sea droga o armas, comenzó en la época del Virreinato y no paró nunca. En la última década se multiplicaron las barreras a las importaciones, tanto para defender la industria nacional como para evitar la salida de dólares en una coyuntura en la que la moneda norteamericana escasea. Con éxito relativo: empresarios y comerciantes recurrieron a viejas y nuevas estrategias para contrabandear.
El contrabando es un negocio y un delito del que pocos quieren hablar, y los que aceptan hacerlo no tienen el mismo diagnóstico: algunos aseguran que el comercio ilegal sigue fuerte e incluso supera en determinados rubros a la importación lícita. Otros consideran que en 2012 y 2013 se debilitó por los nuevos controles y el encarecimiento de una mercadería que se paga en efectivo y en dólares comprados en el mercado marginal, o blue. Toda la vida existieron cuevas donde comprar y vender dólares en negro, lugares a los que siempre han recurrido los contrabandistas para hacerse de la rúcula y así pagar sus compras y girarlos al exterior. La diferencia es que ahora esos dólares del mercado marginal cuestan mucho, hasta 70% más que en el oficial, que está regulado y fiscalizado por el Banco Central y la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), el organismo del que depende la Aduana.
En Argentina hay unas 500 personas “sometidas a proceso judicial” a partir de las tareas de fiscalización y control del organismo, cuenta la directora general de Aduanas, María Siomara Ayerán. El contrabando está sancionado con penas que van de tres a ocho años de prisión, si las mercaderías superan los 100 000 pesos. Si el valor es menor, constituye un delito de bagatela o infracción, sólo penado con multas y decomiso de los productos. Además, para considerarse contrabando, se debe probar la intención del importador de eludir el control aduanero. O sea que no se penaliza a quien cometa un error al declarar una importación.
Los artículos de bazar que revende J. C., al igual que la mayoría de los productos contrabandeados, tienen casi siempre un mismo origen: la fábrica del mundo, China.
-Ahí conseguís lo que querés y como lo querés -cuenta J. C. antes de terminar la tarde y ya con todas las cajas de termos vendidas.
Hace un año, cuando investigué para Anfibia, el mercado del dólar blue, llegar a los personajes –cueveros, cambistas, el mundillo financiero- fue complejo pero no tanto como ahora. Los contrabandistas y sus cómplices comparten el gusto de los cueveros por los buenos cafés y restaurantes. También montan oficinas en el microcentro para cerrar negocios. Y, como a los cueveros, les gusta sentir el papel del billete verde. Pero para llegar a los contrabandistas el camino es más espinoso. Como periodista especializado en economía, llevo 17 años hablando con empresarios. Cuando empecé a preguntar por contrabando, nadie conocía a ninguno, ni nadie había oído hablar de maniobras ilegales para entrar mercadería. Nadie tenía el teléfono de un despachante de aduanas que trabajara para contrabandistas, ni conocía empleados de aduana infieles. Hasta que alguien, un empresario de zona norte, suelta un nombre y la madeja empieza a desenredarse.
Con el contrabando llegan productos a precio muy bajo. Pagan poco o nada de impuestos, como el arancel para importarlos o el IVA. Por eso es grave su impacto en las arcas fiscales, que deben financiar la salud, la educación, los trenes, los colectivos, el subte, las rutas, el suministro de electricidad y gas y las ayudas sociales. Pero el contrabando también afecta a la industria nacional, y a quienes se dedican al comercio legal y pagan todas, o casi todas, sus obligaciones. Las cámaras sectoriales de los fabricantes nacionales hacen equilibrio entre denunciar el contrabando, que perjudica su negocio y el empleo local, y agradecer a Cristina Kirchner por las barreras a la importación.
De las ciudades manufactureras y contaminadas del gigante asiático, conglomerados de fábricas donde pocas veces el sol se asoma entre las nubes grises, sale en barco buena parte de los artículos contrabandeados. A la Argentina entran ilegalmente ropa, telas, hilados, calzado, juguetes, encendedores, lapiceras, repuestos de autos y cigarrillos y productos de bazar, iluminación, cotillón, computación y electrónica.
-Y hasta pastillas de Viagra -dice T. T., un hombre que trabaja en territorio aduanero del puerto de Buenos Aires.
Llegar a T. T. fue complicado. Recién devolvió un llamado cuando un industrial de la zona norte del Gran Buenos Aires hizo el contacto. En la oficina de ese industrial, el aduanero contó, relajado, detalles del asunto.
T. T. sabe lo que muchos en la cadena del contrabando: el grueso del tráfico ilícito no proviene del “hormiga”, el que traen las cholas en sus cabezas por los puentes que unen Bolivia con la provincia de Jujuy, ni son arrastrados en las espaldas por los bagayeros que cruzan a pie y mojados hasta la cintura el río Pilcomayo para ir de Paraguay a la provincia de Formosa. La mayor parte llega en grandes barcos que pueden descargar en un día 200 contenedores en las terminales del puerto de Buenos Aires.
Hay dos tipos de contrabando: clandestino y documentado. El clandestino busca eludir el control o pasar en un horario inhábil. Se hace en zona de frontera. A veces se adiestran mulas para cruzar. Hay ciudades limítrofes que viven de eso.
En el documentado el engaño está en los papeles. Se subfacturan precios o cantidades. O se trae electrónica y se declara que el contenedor trae otra cosa. Un contenedor declarado es más fácil de sacar del puerto a la luz del día que uno no declarado.
Del barco que partió de China al baúl del auto de J.C. hay un largo camino de papeles, coimas y planillas fraguadas.

***

La mercadería que revende J. C. a bordo del 504 compite en los locales con los artículos de la empresa de P.G., un fabricante de artículos de bazar que creció –su fábrica, su patrimonio- en la última década y que hoy padece la competencia de productos contrabandeados.
P. G. me citó dos veces para hablar en Il Gran Café, en la esquina de Libertador y Olleros, Palermo, en el mismo lugar donde se lo suele ver tomando algo al secretario legal y técnico de la Presidencia, Carlos Zannini. Las dos veces llegó antes de las cinco de la tarde, la hora señalada. En el primer encuentro, mientras revolvía un té Virgin Islands, me hizo jurar que no pondría su nombre. Después puso el ejemplo de los termos: los termos de Montagne (Flying Eagle) cuestan de 250 a 300 pesos. Los chinos sin marca, 90. Los compran en China a 4 dólares (unos $ 35). Mientras que un termo nacional cuesta más de 200 pesos.
P. G encuentra varias razones para explicar el aumento del contrabando: 1) el vacío legal o las zonas grises de la legalidad; 2) la diferencia de precios entre el producto contrabandeado y el fabricado en Argentina o importado en regla; 3) la oferta China que inunda todos los puertos; 4) la gimnasia del importador argentino, un buscador de precios que suele caer en la tentación del contrabando.
En 2011, cuando ya se acumulaban varias medidas del gobierno de Cristina Kirchner contra las importaciones de productos considerados sensibles para la industria argentina, los exportadores textiles de China declararon envíos de mercadería a la Argentina por 1.002 millones de dólares. Sin embargo, acá los importadores registraron compras de bienes textiles chinos por 475 millones. ¿Dónde quedó más de la mitad de la mercadería? “Contrabando presumido” es lo que planteó el director ejecutivo de la Fundación Pro Tejer, Mariano Kestelboim, en su exposición en la última jornada de debate que todos los años organiza la entidad que representa a la cadena de la industria textil de Argentina.
Esa tarde de septiembre de 2012, desde un atril, un kirchnerista como Kestelboim apuntó sobre una tarea en la que, a su parecer, el Gobierno puede mejorar: la lucha contra el contrabando.



Las mayores diferencias entre lo declarado en China y en Argentina se registran en tejidos de punto (228 millones de dólares contra 74 millones) e indumentaria (371 millones contra 143 millones). “Un contenedor destruye fábricas”, dijo Kestelboim, también integrante del Grupo de Estudios de Economía Nacional y Popular.
Meses después me encontré con Kestelboim en los jardines del Sofitel de Cardales, entre salones de arquitectura moderna y prefectos custodiando en lancha las lagunas artificiales del hotel. Él y otros empresarios esperaban a Cristina y a la presidenta Dilma Rousseff. Kestelboim contó que había comparado qué ocurría con otros países y sus importaciones textiles desde China. En aquella diferencia entre lo declarado en China –los contenedores que salen- y en Argentina –los contenedores que llegan- nuestro país superaba ampliamente a Brasil, Chile, México y sólo Uruguay presentaba números parecidos.
-Puede haber error estadístico, puede que China quiera mostrar una mayor capacidad de exportación de la que tiene, puede haber desvíos de mercaderías a otros mercados porque el nuestro de repente se cierra…y, bueno, también quizás haya contrabando.

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En 2011, cuando el contrabando ya afectaba seriamente a algunas industrias, los textiles llegaron a plantear el tema ante la propia presidenta argentina. Uno de los empresarios que participó de esa reunión me contó una historia mítica que circula entre los industriales. Ese mismo año Cristina, para comprobar cuánto de cierto había en los reclamos empresariales, le pidió a un funcionario que le hiciera llegar un contenedor contrabandeado a su casa para verificar si era verdad que era tan fácil sacar del puerto mercadería sin y moverla por las rutas. En dos meses le estacionaron el camión con el container en la puerta de su casa.
A fines de ese 2011, la presidenta le quitó el manejo del control de importaciones a la ministra de Industria, Débora Giorgi, y se lo dio a Beatriz Paglieri, una soldado de Guillermo Moreno.

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A T. T., el empleado que trabaja en el puerto de Buenos Aires, lo vi por segunda vez en un Starbucks de Scalabrini Ortiz y Cabello, en Palermo. Llegó apurado, con la chomba rayada mojada en la espalda por la transpiración. Contó que venía de Puerto Madero, de una reunión importante de la que no podía dar detalles.
-La Aduana no es un colador. El contrabando está muy bien manejado. No son ningunos boludos. Escuchás a los empleados hablar de las casas que tienen en barrios privados, en la costa, afuera. Te hablan de los viajes que hacen. Se van dos o tres veces por año al exterior. Andan en Mini Cooper, BMW, todos tienen plata.
T. T. me invita a verlo con mis propios ojos en las terminales 3 o 5 del puerto de Buenos Aires. En la aduana de Campana (a 75 kilómetros al norte de Buenos Aires) o la de Paso de los Libres (en la frontera con Brasil).
Al territorio aduanero solo pueden entrar los empleados de la Aduana, los agentes de la Prefectura, los de las terminales portuarias -que en general están privatizadas- y los despachantes de aduana, intermediarios que gestionan las exportaciones e importaciones de sus clientes, las empresas y los particulares.
En el estacionamiento a la derecha de la puerta de entrada a la terminal 5 del puerto de Buenos Aires, en el barrio de Retiro, se ven camionetas Honda o Ford Kuga. Pero nada de minis cooper ni beemes. Los aduaneros -empleados públicos bien remunerados- o no vinieron a trabajar en autos lujosos si los tuviesen, o si están entongados en el contrabando prefieren no mostrar ante sus pares un alto nivel de consumo.
En la terminal se acumulan los buques negros y de gran porte, la mayoría con la bandera de Panamá, aquella que asegura peores condiciones laborales a sus marineros y menores costos a las empresas. Sobre las cubiertas y también sobre el muelle se apilan torres de contenedores azules, rojos, verdes, como dibujando las casitas de Caminito. Hay pájaros que remontan vuelo y se pierden hacia el río. El único ruido es el de los camiones y las grúas que cargan y descargan los barcos. En una ciudad que no mira al río, el puerto tiene el ritmo perezoso que le imponen las barcazas y las grúas gigantescas.
Los vehículos que entran y salen de allí deben sortear unas barreras que levanta el personal con papeles en mano y chalecos azules con la insignia de la Aduana. Los transeúntes pasan por una puerta que lleva colgado el cartel “Acceso solo personal autorizado”. Sobre una calle lateral, esperan algunos camiones.
-La Federal o la Prefectura controlan, te piden todo los papeles y si encuentran algo contrabandeado, te lo sacan. Yo hace seis años que trabajo en esto y nunca me pasó -cuenta un camionero flaco, que toma mate parado al lado de su acoplado rojo-. Yo solo me preocupo de que el camión salga y llegue bien cerrado.
A la par de los camiones hay estacionados cuatro o cinco Volkswagen Gol: son de las empresas de seguridad contratadas por los exportadores o importadores para custodiar las mercaderías de los piratas del asfalto.
Le reclamo a T. T. que no veo ningún auto lujoso.
-Yo sé lo que te digo. Los que trabajan en la Aduana están todos forrados.
Para compensarme, T. T. propone un nuevo encuentro para contar al detalle las trampas más usadas por los contrabandistas. También promete presentarme a otro eslabón clave del contrabando: el despachante de Aduana.

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Una vez que los buques llegan cargados de contenedores al puerto de Buenos Aires, las grúas bajan los que se destinan al mercado argentino y suben los de exportaciones. El barco después sigue camino a otros rincones del mundo y los trabajadores de la terminal portuaria acomodarán los tachos en territorio aduanero.
-Tenés que darle propina al operario de la terminal. La propina está instituida porque si no, la próxima vez te queda parado el tacho –explica T. T.
-Con los papeles le das un billetito de 50 dólares por carpeta para que acelere el trámite. Cada carpeta es un contenedor -dice T.T.
El presentador designa entonces el canal por el que ingresarán los productos. Por el canal rojo pasan las mercaderías consideradas sensibles porque provienen de determinados países que por sus bajos costos pueden llegar a afectar la producción nacional. En general, se trata de productos asiáticos y totalizan el 10% de las importaciones. En ese canal rojo se revisa el contenido de los tachos. Ninguna aduana del mundo puede controlar el cien por cien de los containers. Como en otros países, acá se usa un método de sorteo electrónico para definir cuáles serán abiertos por los verificadores y cuáles no. Los verificadores hacen el análisis de la mercadería y si es procedente, elevan la carga tributaria, piden que se apliquen licencias no automáticas y aplican multas. Esas licencias son autorizaciones para el ingreso de productos sensibles. La Organización Mundial de Comercio establece que las licencias no automáticas deben expedirse hasta 60 días después de iniciado el trámite, pero Argentina está acusada por una cuarentena de países de tomarse más tiempo.
Más o menos en el 4% de los contenedores verificados en el canal rojo hay infracciones, pero después en la calle se ve mucha mercadería contrabandeada. Algunos verificadores se quedan con pares de zapatos o camperas de los containers que abren, según T. T. Y en una semana sale el tacho de la Aduana.
En la jerga de los importadores y contrabandista, al container se lo llama tacho.

El 90% de las compras externas pasa por el canal verde, en el que no se las somete a ningún control salvo que la Aduana sospeche de algún transporte puntual, o por el naranja, en el que en principio solo se revisa la documentación que las acompaña. El verificador es el que decide qué tacho se abre y cuál no.
-¿Cómo saben los contrabandistas que sus contenedores no se van a controlar?
-A los verificadores le das una propina de 10 o 15 dólares. Ellos solo alcanzan a abrir el 10% de los containers que van por canal rojo –explica T. T.
El contenedor sale del puerto con el precinto de Aduana rumbo a los depósitos de los importadores o los distribuidores mayoristas. Solo si se trata de bienes de consumo, salen con la estampilla verde con las leyendas “importación” y “AFIP”. La ausencia de la estampilla en estos casos constituye la prueba del delito de contrabando.
Al fin, T. T. cumple su palabra y me contacta con B.H., un despachante de Aduana con años en el rubro. Nos encontramos en su oficina del microcentro porteño. De las paredes con empapelado gris cuelgan títulos de cursos, fotos familiares y un banderín de Boca. Sobre un escritorio se despliega un mapamundi.
El despachante trabaja para los importadores y su función es confeccionar los formularios para pedir el ingreso de la mercancía y se los lleva a los llamados “presentadores de Aduana”.
Una de las argucias más usadas por los contrabandistas para evitar los controles de aduana, es el salto de posición arancelaria, que también podría llamarse “gato por liebre”. Cada producto tiene su posición arancelaria, es decir, el porcentaje de arancel que deberá abonarse para ingresarlo al país. Además, algunas posiciones arancelarias están afectadas por licencias no automáticas. Es así que el contrabandista busca pasar gato por libre: una tela con menos aranceles y sin licencias no automáticas porque tiene poco algodón por una que debe abonar más tarifa o está sometida a esas licencias porque es 100% de ese material.
-El contrabando tiene sentido cuando la mercadería tiene mucho valor en pequeño tamaño, como prendas, medias, guantes, cosas que se pueden meter en gran cantidad de unidades en un contenedor. En contenedores de muebles encontraron una vez, medias adentro de ellos. Hacen una declaración jurada por una cosa, y entran otra –cuenta B. H.
-¿Se puede truchar una declaración jurada?
-Con las declaraciones juradas anticipadas de importación, las DJAI, no hay joda, pero podés zafarlas. Le cambiás la posición arancelaria o el CUIT (Clave Unica de Indentificacion Tributaria)
de la compañía y ya está.
Algunos contenedores pasan todo en negro. Son aquellos de los que no hay ningún registro de que bajaron del barco al puerto. Son contenedores fantasma, de los que no queda ningún documento, excepto en la naviera que los trajo.
-Declaran un tacho de 40 pies, pero en realidad traen dos de 20 -explica B. H.
A veces los contrabandistas piden bajar los contenedores del barco a la noche porque hay menos controles. Para tener ese horario especial, deben pagar. Es un servicio aduanero.
Otra opción consiste en hacer desaparecer un contenedor del puerto. Es el método que usaban los griegos y el sindicalista polaco Frank Sobotka en la temporada 2 de The Wire.
-Cuando el tacho llega a la terminal portuaria, se lo registra a nombre de otro o se declara otro domicilio.En tiempos de Alfonsín había guías en Ezeiza a nombre de Bilardo y Menotti –dice B. H.
Otros recursos de los contrabandistas consisten en cargar el fondo del contenedor con mercadería no declarada y completarlo en la puerta con otra registrada, o mentir sobre el origen de la mercancía para evitar los controles más exhaustivos que rigen para productos de China y otros países asiáticos, o subfacturar la importación, o sea, decir que cuesta o pesa menos de lo real. A esa operación, los contrabandistas le llaman frentear el contenedor.
Hay formas menos sutiles de contrabandear. Una de ellos consiste en entrar la mercadería en tránsito. Por ejemplo, se declara que se trae un producto de Alemania con destino a Paraguay, pero finalmente se queda en territorio argentino.
Hay más: algunos contrabandistas desembarcan la mercadería en la zona franca de Montevideo y desde allí la traen por camión a través del puente que une Gualeguaychú y Fray Bentos.
-Hay contrabando hormiga, pero la mayoría pasa por las oficinas de la Aduana –dice B.H-. No vas a traer pendrives de Paraguay. En las lanchas te meten cigarrillos. Y por el norte lo que tenés es contrabando hormiga de medias, guantes o zapatillas. Ahí nosotros, los despachantes, no participamos. Ahí la hacen los gendarmes.
El contrabando documentado tiene otra modalidad llamada courier o correo privado. En Argentina se pueden mandar por esa vía mercancías que valgan menos de 1.000 dólares, pesen menos de 50 kilos y no requieran control sanitario.
Por último, están los contrabandistas que entran mercadería bajo el régimen de equipaje: residentes argentinos en el exterior o extranjeros que vienen a vivir al país envían sus pertenencias en un contenedor.
B. H. relata algo que le sucedió a su hermana:
-Mi hermana volvió de vivir de España y le pasó algo extraño. Encontró en su casa que el contenedor que traía sus muebles tenía también obras de arte. Llamó a la naviera y las fueron a buscar. Muy sospechoso.

***

Frente a tanta imaginación de los contrabandistas, la directora general de Aduanas dice –en un extenso mail- que su organismo también se las ingenia para combatirla. Ayerán enumera una larga serie de acciones: “La utilización intensiva de las nuevas y modernas tecnologías, como precintos electrónicos, scanners fijos y móviles, densímetros, fibroscopios. El control integral de las cadenas logísticas (…), la ventanilla única (para trámites), el anticipo de información electrónica a través de la DJAI, la digitalización de las operaciones aduaneras y el acceso permanente online y en tiempo real”.
“La Aduana permanentemente rediseña sus controles para responder proactivamente a los escenarios cambiantes y con una estrategia cuyos pilares son controles apoyados en uso intensivo de la tecnología, intensidad en el cruzamiento de datos de toda la organización como base de la fiscalización, eliminación de la discrecionalidad del funcionario, despersonalización del control, todo ello en el marco de la política de modernización de las aduanas del siglo XXI de la Organización Mundial de Aduanas”, termina explicando la funcionaria.
A mayores controles, mayor el coste de violarlos.
-Lo mínimo que hay que poner para entrar un tacho con mercadería de contrabando son 15.000 dólares –dice T. T., que conoce todos los detalles por el boca a boca en tierra aduanera-. Un tacho de telas lo entrás por 50 mil dólares. Pero uno cargado con Nike te puede costar entre 800 mil y un millón de dólares.
T. T. cuenta que hace dos años para entrar un contenedor de termos se necesitaban 5 mil dólares de coimas. Hoy es más. Un contenedor trae 8.000 termos, es decir, mercadería por 32.000 dólares.
-O sea que es más que un diego lo que hay que poner –dice T. T.-. Entre tanto diego pueden sumar entre 5 y 10 millones de dólares por año. Son como contratos anuales para contrabandear todo lo que quieran ese año. Hay aduaneros que les fijan a los contrabandistas cuánto deben poner por año para traer tantos tachos. Y que no lleguen a contrabandear menos…



En la AFIP reconocen que pueden existir algunos empleados inescrupulosos, pero niegan que la Aduana sea una institución corrupta. En sus respuestas vía mail, la directora general de Aduanas dice que la Argentina se rige por la Declaración de Arusha (1993, actualizada en 2003) que establece principios y recomendaciones respecto a la buena gobernabilidad y ética en las aduanas del mundo. En la AFIP, mediante la disposición 163/2007, se aprobó la versión revisada y actualizada del Código de Ética para el personal. “Es imposible evitar la participación activa o pasiva de cada miembro (…). Una actitud activa en defensa del accionar ético de los empleados públicos contribuye a ponerle obstáculos a la corrupción”, cierra el mail de la directora de Aduanas.
-El contrabando se paga todo con billete. Todo dó-la-res. Para pagar el contenedor, para pagar los adornos. No hay pesos, todo dólares –me dice días después el despachante B.H..
El dólar que rige para el contrabando es el llamado “dólar cable”, también usado por quienes fugan dinero negro, un universo que abarca desde argentinos afortunados que quieren ahorrar afuera hasta supermercadistas chinos que deben devolver el préstamo que les dieron en su país para instalar su negocio sudamericano. La operación del dólar cable es así: alguien lleva pesos a una cueva y los cambia por dólares abonados según la cotización blue. Y además debe pagar al cuevero una comisión de transferencia al exterior, que ronda entre el 4% y el 6% del monto total

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J. C., el revendedor de productos de bazar contrabandeados, puede oler a contrabando en las ferias de Retiro, Lanús, San Miguel o San Martín. También en lo que ofrecen los manteros de la peatonal Florida o del Once.
Una tarde vamos juntos a la esquina de las calles Avellaneda y Cuenca, en el barrio de Flores, donde changarines con gorritas, remeras de fútbol y bermudas, bajan la mercadería de camiones. Algunos las cargan al hombro, otros en carretillas. Una hora y media después, la misma escena, pero en la esquina de Lavalle y Larrea, en Once.
-Vas a ver lo mismo La Salada, en la Fericrazy de José León Suárez y hasta en algunos supermercados –dice J.C-. Hasta Mercado Libre se llenó de contrabando.
Vamos con J. C. hasta Lavalle al 2300, en Once, se puede comprar un bolso indio a 90 pesos. Eso sí, sin la estampilla de AFIP.
-Me dijeron que era hindú -responde la empleada del local cuando le pregunto por el origen del bolso multicolor y diferentes tejidos.
Unos pasos más adelante, en un negocio identificado con el cartel de “outlet” se vende otro bolso de la India, pero más sencillo, de tela más gruesa, amarillo, con el dibujo de un elefante rojo. Cuesta 80 pesos y tampoco tiene etiqueta de importado.
-Sí, es importado porque el dueño de este local es importador -explica la encargada.
Sobre Lavalle se suceden los locales con rollos de telas de los más diversos colores. Todos lucen orgullosos el certificado de que están inscriptos en la AFIP.
La fabricante textil Guilford tiene un negocio allí.
-Acá bajan dos contenedores por semana en esos locales que tienen todos los rollos de telas desordenados. Lo hacen rápido. No hay control. Las telas importadas legalmente llegan con un etiquetón grande -comenta un empleado de la recepción.
En la esquina de las calles Corrientes y Paso un africano vende relojes de imitación en la vereda, parado al costado de una mercería. Entramos. Pregunto por un par de medias.
-Éstas a 36 pesos –dice la empleada y nos muestra unas que llevan la leyenda “Industria Argentina”.
-¿Importadas no tenés?
-No, están más caras. Date cuenta que el dólar está a 8 o 9 pesos.
En varios locales también comentan que no hay medias importadas. En Valentín Gómez y Castelli, nos lo dejan claro.
-Acá en el Once no vas a encontrar más importados.
J.C. conoce de bazar y también de ropa: asegura que la etiqueta “Industria Argentina” se la cosen o pegan a medias y otras prendas importadas.
-Por 70.000 dólares podés traer un contenedor de medias contrabandeadas desde Shanghai.
J. C. me había pasado el dato de I. L., un tendero importante del Once. Después de varios llamados sin ningún resultado, fui hasta el local. Me recibió la misma mujer que me atendía el teléfono.
-Déjeme su tarjeta.
Le pedí que llamara a su jefe. Consultó por teléfono interno y me dijo:
-Mucho no le gustó la idea.
Quedamos en que me llamaban. Una semana después lo hicieron para confirmarme el encuentro.
Es uno de los locales de “modal importado” más grande del Once. De las paredes cuelgan cuadros con fotos de rabinos. I. L. jura que él importa por vía legal. Me hace pasar a un despacho pequeño, vidriado, desde donde se ve el movimiento de clientes y empleados.
-Ahora hay más flexibilidad para importar siempre y cuando se presente el compromiso de exportar en una declaración jurada -arranca I.L-. Nosotros nos comprometimos a exportar miel y aceite de oliva, pero fue imposible hacerlo por nuestra cuenta. Los costos no dan y el negocio está en manos de grandes corporaciones.
I. L. se refiere a la obligación que Guillermo Moreno impuso a todas las compañías que importan para que también vendan mercaderías al exterior por un valor similar, de modo de mantener una balanza comercial equilibrada por empresa. Según I. L., hay exportadores que para triangular mercadería piden una comisión del 10% y hasta el 20%.
-Por eso ustedes importan menos
-Oficialmente, sí.
-¿Oficialmente?
-Y…subió el contrabando –susurra I. L.
-¿El encarecimiento del dólar blue no lo redujo?
-El dólar blue más la comisión por transferencia encarecen, pero no desalienta.
-¿Por qué?
-Porque China tiene unos costos de mano de obra que acá no existen. También los costos de Tailandia, India o Vietnam son bajísimos. Es más barato traer mercadería por vía B que por vía A. Puede ser que en total haya menos importaciones porque hay menos consumo, pero por vía B vienen muchas telas, prendas, no hay rubro que no llegue por ahí.
Mientras habla, I. L. envía mensaje por el celular.
-¿Cómo uno sabe que un producto es contrabandeado o no?
-Si te dan factura, no lo es. Si no te dan factura, es canal B.
-¿No se distinguen también por el estampillado?
-En telas ya no rige más.
I. L. se mueve en la silla. Sigue jugueteando con el teléfono.
-Cuando la importación sea normal, como en el primer mundo, se acaba el contrabando. Yo quise averiguar hace unos años para vivir en Estados Unidos y me dijeron que podía importar todo lo que quisiera pagando un tax (impuesto) de 6% o 7%. Ahí es más fácil importar bien que mal.
-¿Hay grandes jugadores que mueven el contrabando?
-Es todo una mafia. Se supone que hay una organización. La tarifa es por contenedor. Esto lo manejan pocas empresas. En cuatro o cinco años creció exponencialmente. Antes era algo secreto, difícil de acceder. Hoy lo que es difícil es traer las cosas legalmente.